Junio 17 – 1957
Elba: 
Gracias… pero creo que has exagerado un poco. E incluso, en el fondo, una especie de desazón me hormiguea como si realmente yo hubiera errado el camino. Elogias mi estilo; la retórica, el marco.
Hablas de vuelo literario y mi susceptibilidad me hace un guiño mordáz: “Quizá Elba creas que rebuscas, que compones operetas, que no eres del todo sincero. No ves? La has herido con tu carga de palabras armadas y con tus frases de pretendida intensión filosófica.”
Escúchame (intuyo que ya me quieres interrumpir); la verdad es que tus elogios han tomado por partes iguales los caminos de la egolatría y del agradecimiento. Por el primero han ido a dar alguna ciénaga (puesto que tengo perfecta conciencia de mis aptitudes); por el segundo han llegado limpiamente a las riberas de mi espíritu y lo han iluminado con mágico resplandor.
Pero no era mi deseo el de llegar a tí por la vía gramatical. Por eso pienso que he errado el camino; que quizá, impensadamente, me he demorado en recoger algunas flores o en contemplar el extraño paisaje de la vida, y que por allí – ahora lo advierto – no se llega a tu corazón.
Además me sucede algo extraordinario: ciertos párrafos no están dirigidos a tí. Ciertos párrafos están dirigidos a mí. A veces, en mitad de uno de ellos, me doy cuenta que me estoy hablando a mí mismo. Entonces pienso: le estoy escribiendo a Elba. Y la palabra “Elba” se me hunde en la mente tratando con dificultad de hallar la imagen que la equivalga.
Perdóname si todo ésto me ocurre; no solo soy un tipo que he llegado a refugiarme muy asiduamente debajo de la caparazón de mi mundo interior, sino que también soy un pésimo fisonomista. Yo les fabrico a las personas “el verdadero” rostro – sobre la base del suyo propio – de acuerdo a las virtudes y a los defectos que tengan.
Claro que en nuestro caso este sistema (que aún no he patentado en homenaje a la libertad, porque no quiero que me encierren en un manicomio) no nos sirve de mucho. Por lo pronto y como creo que dudarás respecto de mi efigie, me parece bien adjuntar a la presente la única foto que obra en mis proximidades y que tan solo está estropeada por el hecho curioso de posar yo en ella.
Y bien; “ése” soy yo. Para el municipio nosotros somos apenas el contorno de nuestra piel. Pero ¿has leído tú “El retrato de Dorian Grey”?
Me dices que sería un ingrato si dejara de escribirte y que si tal cosa ocurriera sería por consecuencia de haber ganado nuevas amistades. ¿Eso piensas? ¿Crees que solamente por eso y no por otra causa podría yo dejar de escribirte? Me juzgas mal. Quizá te habré dado la impresión de ser un individuo superficial, y te aseguro que no es así, que en mí hay raíces que se alimentan de un jugo poco común. (Poco común en este ambiente chato y anodino de ciudad hecha al tráfigo diario; vocinglera, comercial y futbolística.)
Siento demasiado afecto por tí para que una nueva amistad sea motivo capaz de hacerme olvidar ésta.
Te agradezco que me consideres un amigo de primera categoría. No obstante, estimo que un puñado de cartas – en las que apenas si me he puesto de manifiesto – no pueden definirme tan acabadamente como para que tú dispenses premio tan grande. 
Tengo defectos y debilidades, ideas que comparto con poca gente, un escepticismo atroz por los valores de la vieja moral. Opino por ejemplo, que la familia es una institución en bancarrota y que por ello, cimentarla y traer hijos al mundo (¡valiente cosa hoy día!) es una idiotez en grado superlativo. No creo en la mayoría de los sacrificios materiales, ni en los patriotas ni en los mártires contemporáneos. No creo y hasta me burlo – cosa que está mal – del dogma cristiano, que es en definitiva, una doctrina de servilismo. Y en fin, estoy con los que tienen una misión urgente que cumplir, con Nietzsche, con Hermann Hesse (el de “Demian”) y con José Ingenieros.
Estimada Elba, ¿puedes, a pesar de todo, considerarme tu amigo, existiendo de por medio una erupción de planteos en los que sin duda no coincidimos?
Me preguntas que pensaría yo si dejaras de escribirme. Puesto que ya existió la intención debo suponer factible que tal cosa suceda. En ese caso sería mi deseo el de reaccionar violentamente… pero pienso que no tengo derechos. Quizá ahogaría mi rebelión sordamente, buscando en mí la culpa creadora de tu silencio. Trataría de justificarte, eso es todo.
He dejado para el final, y a propósito de la amistad entre el hombre y la mujer, una sentencia que escribió un amigo lejano (se llama Carracedo) que a mí me parece estupenda. Te la transcribo:
Nunca digas que eres amigo de una mujer,
pues te dirán: estúpido!
Nunca digas que eres amante de una mujer, pues te dirán; estúpido!
Nunca digas que amas a una mujer,
pues te dirán: estúpido!
Nunca sigas que eres amado por una mujer,
pues te dirán: estúpido!
Nunca digas que eres indiferente hacia la mujer,
pues te dirán; estúpido!
Con respecto a la mujer, haz y calla…

Con todo cariño
Norberto.

Yapa: Casi me olvido! De “El horizonte es curvo” solo tengo dos copias que serán usadas en la grabación. En la próxima te remitiré un cuento que en Mundo Argentino han tildado de atrevido. También te debo el comentario de la semana del cine sueco.
He vuelto a mirar la foto ¿No es cierto que parezco un egresado de la academia Pitman?