Abril 11 – 1961
Elba:
Estoy un poco desconcertado por algunos párrafos de tu carta (que desgraciadamente no tengo cerca), en que me acusás de desleal y casi empleás las mismas palabras que utilizan las muchachitas engañadas.
Me acusás por algo que yo había dicho en una carta «ante-anterior», es decir, por algo que ni remotamente puedo recordar y -en lo posible- aclarar.
Por supuesto, no soy tan tonto como para no darme cuenta cuál es el origen de todo este drama. Creeme que vos también me defraudás un poco porque creía que a nosotros nos vinculaba una amistad que ahora advierto -un poco tarde- no sentiste nunca.
Es evidente que alentábamos inquietudes distintas. Las mías un tanto contemplativas; las tuyas, empecinadamente románticas. Caigo en la cuenta que eran sólo palabras una confesión tuya que trataba de explicarme que nunca estuviste enamorada de mí, y sospecho que el párrafo de tu última carta está dictado por un rencor que resulta difícil ocultar.
Pensá, Elba, que no podemos imponernos sentimientos por más que cerebralmente reconozcamos virtudes, dotes, méritos, cualidades, etc. Es idiota hablar de «apuñalar» cuando se actúa de frente, con limpieza, sin medias palabras.
Ayer pensé una cosa, hoy cambié… Aceptado (aun cuando muchos aspectos de nuestra relación permanecieron inmutables).
¿Como ser desleal a algo cuando se es sincero y se actúa desposeído de todo interés, de toda ambición, de todo egoismo? Soy leal conmigo mismo, por lo tanto soy leal con quienes me rodean.
Tal vez te hieran mis palabras, pero yo no estoy hecho para halagar a nadie y ni siquiera para ser amable.
Elba me acusa a mí y yo, inevitablemente, empequeñezco su imagen porque la veo circunscripta en la aureola de lo vulgar e insignificante.
Yo, por supuesto, no la acuso a ella porque se es como se es. Y ya hemos hablado demasiado para que ahora salga dando una clase magistral.
Entiendo y no me equivoco que Lydia tiene mucho que ver en este enojo tuyo. (Como antes, sin fundamento, habrá tenido que ver Ana María y como habrían tenido que ver otras, si te hubiera contado.)
Efectivamente, entre Lydia y yo hay una relación bastante formal. Además, estamos planeando irnos a Italia para el invierno que viene (o sea el verano europeo). Y eso que tiene? Si te fastidia voy a pensar que vos preferís ocupar el lugar de Lydia y que por lo tanto vos estás enamorada de mí.
Y en tal caso asentamos nuestra amistad sobre bases falsas, porque vos me mentiste.
Muchas veces te he hablado del «mito Norberto», para que ahora -recién ahora- descubras que te he defraudado. Naturalmente, te defraudo en la medida que vos hayas abrigado ilusiones que tienden ahora a no satisfacerse. Ante la evidencia… ¡páfate!: «Norberto es un traidor.» Solución rápida, sencilla, viable, que abre una cómoda puerta al desahogo. Utilizala si te reporta tranquilidad.
Es lamentable que arribe ahora a conclusiones tan definitivas. Elba, la mujer, se convierte en personaje de fotonovela; Elba, la maestra de vanguardia, le tiene miedo a Buenos Aires y teme, no arriesga, «le falta el aire…»
La admiradora de Walt Whitman tiene miedo de andar por el camino.
No sé si te he sido «fiel» como vos lo esperabas, pero sí he sido fiel a un patrón de honradez-crudeza-sinceridad del que no me he apartado.
He sido fiel a esta extraña amistad nuestra, que hubiera preferido no haberla iniciado porque con Elba se frustra la última esperanza de hallar una mujer que no anteponga su yo-femenino al deseo de crear una conciencia sin estado civil ni sexo QUE SE LLAME AMISTAD.
Perdón si he sido demasiado duro, pero creo que yo no lancé la primera piedra. Además no interesa quien la lanzó. Las cosas sucedieron, eso es todo.
Hasta pronto
Norberto