De Norberto a Elba – [Ciudad de Buenos Aires] 17 de agosto de 1957

El asunto “prejuicios” me daría tema para escribir largo y tendido. Por principio, me dan lástima los que caen en los dos extremos: los prejuiciosos y los desprejuiciados (sobre todo “las” y “las”); los primeros repugnan con su estúpido sentido de lo que es la moral, de la que tienen un concepto anquilosado; los segundos porque a la postre resultan un pléyade de desvergonzados sin el más vago respeto por la ética.

De Norberto a Elba – [Ciudad de Buenos Aires] 11 de junio de 1957

Me hablas en tu carta (que por muchas cosas es la mejor que recibi de ti) sobre nuestra situación de amigos. Tienes razón. Las amistades tienen una vida animal: nacen, gozan su momento de esplendor, luego enferman y por último y casi sin sentirlo, expiran. Nos decimo todo, nos hacemos cómplices de nuestras angustias, compartimos dulcemente todas nuestras alegrías. Un día ese cáncer que es el hastío comienza a flagelarnos y ya entonces no habrá posibilidad de cura.

De Norberto a Elba – [Ciudad de Buenos Aires] 17 de junio de 1957

Me dices que sería un ingrato si dejara de escribirte y que si tal cosa ocurriera sería por consecuencia de haber ganado nuevas amistades. ¿Eso piensas? ¿Crees que solamente por eso y no por otra causa podría yo dejar de escribirte? Me juzgas mal. Quizá te habré dado la impresión de ser un individuo superficial, y te aseguro que no es así, que en mí hay raíces que se alimentan de un jugo poco común. (Poco común en este ambiente chato y anodino de ciudad hecha al tráfigo diario; vocinglera, comercial y futbolística.)