De Norberto a Elba – [Ciudad de Buenos Aires] 16 de octubre de 1957

Elba:
Ayer recibí tu carta, la que una vez leída guardé sin pensar en un bolsillo del saco. Por la noche, hallándome en una reunión de conocidos en un bar y conversando acerca de las posibilidades que tiene uno de encuadrarse dentro de sus gustos, meto la mano en el bolsillo y tropiezo con tu carta. La charla era tan hueca, se «teorizaba» tanto, que sentí necesidad de darles una buena lección. Extraje entonces tus páginas, relamiéndome porque en ella dices cosas muy importantes, hablas de una escuela enclavada en el corazón del olvido, de esos alumnos que son la imagen de la inexorabilidad, de que a veces la oficias de enfermera y de que debes trepanarle la corteza de su ignorancia y meterles dentro el polen de una nueva conciencia, y en fin, hablas de lo que haces, de cosas que vives, de manera que extraje tu carta y la leí.

De Norberto a Elba – [Ciudad de Buenos Aires] 30 de agosto de 1957

Elba:
La indolencia suele en ocasiones ser una virtud y un vehículo de elevación interior. De los indolentes es cierto edén que se alcanza en vida; una especie de limbo en el que no se sufre pero en el que tampoco se vislumbra la plenitud del ser. Personalmente creo que encasillo dentro de la clase de tipo indolente-tempestivo (porque a veces esas calmas chichas preceden serias tormentas).

De Norberto a Elba – [Ciudad de Buenos Aires] 17 de agosto de 1957

El asunto “prejuicios” me daría tema para escribir largo y tendido. Por principio, me dan lástima los que caen en los dos extremos: los prejuiciosos y los desprejuiciados (sobre todo “las” y “las”); los primeros repugnan con su estúpido sentido de lo que es la moral, de la que tienen un concepto anquilosado; los segundos porque a la postre resultan un pléyade de desvergonzados sin el más vago respeto por la ética.